martes, 27 de mayo de 2008

De la escopeta de un solo caño al rifle express

A Gregorio, José Ignacio y Sergio no sólo les une el apellido Tobías. Abuelo, padre e hijo comparten también la pasión por la caza. Con ellos, recorremos la historia cinegética de los últimos 75 años, analizando cómo han evolucionado las armas y las municiones. Disfruten de la caza vista y contada desde tres generaciones.

Gregorio Tobías: El abuelo
Villoslada de Cameros es un pequeño pueblo riojano situado en el corazón de la Sierra Cebollera. Con el río Iregua a sus pies y rodeado de naturaleza, ofrece un paisaje maravilloso. Allí, sentado frente al portal de su casa, nos recibe Gregorio Tobías, el primer protagonista de nuestro artículo. La blancura del pelo y las arrugas de la cara dan cuenta de sus 83 años, mientras la callosidad de sus manos demuestra la dureza del trabajo en el campo. Comentamos el silencio y la tranquilidad que reinan en el pueblo, pero enseguida nos metemos de lleno en la historia:


La historia de Gregorio comienza en Torrecilla en Cameros en 1925: “Yo nací y me críe en Torrecilla, pero cuando tenía ocho años murió mi padre. Para mi madre era imposible criar a tantos hijos (eran 5 hermanos) y decidió que me fuese a vivir con un tío soltero a Villoslada”. Este tío del que nos habla fue la persona que impulsó su afición por la caza: “Siempre me llevaba con él al monte y enseguida empezó a gustarme. Al principio no me dejaba disparar porque era muy pequeño pero yo me las ingeniaba para cazar. Ponía lazos en las sendas y había días que cogía 3 o 4 piezas entre conejos y liebres”.

Pero todavía tendrían que pasar tres años hasta que Gregorio recibiese su primera arma de fuego: “Con 11 años mi tío decidió que ya podía darme una escopeta. Era de un caño y se cargaba manualmente con pólvora y perdigones por la boca”. Ante nuestro asombro, reconoce que “ha cambiado mucho todo; ahora la mayoría de escopetas son repetidoras”.

A pesar de ser consciente de los avances tecnológicos en armas y municiones, Gregorio nos confiesa que es “poco amigo” de los cambios: “Una vez que me acostumbro a algo no ve gusta cambiar”. Por eso, sólo ha tenido dos escopetas en su larga experiencia cinegética: “Con la escopeta de un caño pase toda mi juventud. Después, ya casado, me compré la paralela”. Se refiere a la Sarrasqueta modelo “00” que nos acompaña, recostada contra la pared de piedra.
Para Gregorio resulta imposible calcular la cantidad de piezas que ha cobrado con esa escopeta: jabalís, ciervos, corzos, zorros, conejos, liebres, etc. Sin embargo, está seguro de cuál ha sido siempre su modalidad de caza preferida: “el paso de la paloma”.

Antes de despedirnos, nos cuenta que se mantuvo en activo hasta los 78 años: “Después se me ha estropeado mucho la vista y no quiero ir”. Pero su pasión por la caza sigue intacta; a pesar de vivir en Vitoria, su hijo José Ignacio lo visita con frecuencia: “Siempre trae historias de caza para contarme”, concluye.

José Ignacio Tobías: El padre
Vía telefónica, José Ignacio se declara “un perdicero empedernido” y se muestra orgulloso por ser el eslabón cinegético entre su padre, Gregorio, y su hijo, Sergio.

José Ignacio ha conocido lo viejo y lo nuevo; ha vivido en persona la evolución tecnológica de armas y municiones: “Cuando comencé a cazar con mi padre, todos los cartuchos eran de cartón. Recuerdo especialmente su olor”, dice. Nos cuenta, también, que el uso de este material suponía a veces un grave problema: “Cuando llovía, se hinchaban los cartuchos y no se podían meter en la escopeta. Si lograbas introducirlos a la fuerza, después tardabas mucho tiempo para sacarlos”.

Por ello, valora los avances que se han producido, pero se muestra cauteloso: “Hoy en día no todo es bueno; hay cartuchos buenos, malos y regulares. Además, mucha gente no sabe elegir la munición en función de la pieza”.

Incluso, con respecto a las armas, considera que las escopetas de antes eran “más fuertes y estaban hechas de mejores materiales”. Pese a ello, él si que ha renovado más veces su armero: “He tenido 5 paralelas diferentes y ahora que también le doy a la caza mayor tengo una repetidora y un rifle”.

Sergio Tobías: El nieto
Hablamos con Sergio en la Universidad Autónoma de Madrid, donde estudia. Pese a su juventud, parece todo un experto del mundo cinegético. Para él, hablar de caza implica recordar a su padre y a su abuelo: “Durante la temporada de caza, iba todos los domingos a las perdices con mi padre. Cuando se cerraba la veda, contaba los días que faltaban para que llegase el verano, porque lo pasaba entero en Villoslada en casa de mis abuelos”.

Mientras que su padre lo inició en la caza menor, fue su abuelo quién le enseñó las claves de la caza mayor: “En verano salía con mi abuelo a cazar jabalís o ciervos. Era mucho más emocionante porque íbamos de furtivos”. Según Sergio, su abuelo estaba acostumbrado a cazar sin ninguna ley o reglamentación.

Esa emoción ante la posibilidad de ser descubiertos por el guarda o por la Guardia Civil, junto con la espectacularidad de los lances de jabalí, fueron, para Sergio, las causas que hicieron que se decantase por la caza mayor.

Ahora, apenas sale al conejo y la perdiz; cuando tiene tiempo libre, prefiere ir de batida: “Esta temporada ha sido floja; sólo he matado un jabalí en los cinco fines de semana que he podido ir”. En uno de ellos, estrenó su nuevo rifle, un regalo de su padre por las buenas notas: “Es un rifle express Browning; una pasada”.

Ante su padre y su abuelo, se siente “un afortunado por pertenecer a la época de la alta tecnología”. Pero al mismo tiempo, sabe que sobre él recae una gran responsabilidad: como último eslabón de la saga, la continuidad de esta afición familiar está en sus manos.

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