martes, 30 de diciembre de 2008

UN JABALÍ ATACA A CUATRO PERSONAS EN UN PUEBLO DE LA RIOJA


Dos hombres resultaron heridos en las piernas y una mujer tuvo que ser atendida por un ataque de ansiedad

Sara SAÉNZ

Un jabalí puso en jaque a los vecinos de Villanueva de Cameros, una pequeña localidad situada a 41 kilómetros de Logroño. Los hechos ocurrieron en la tarde de ayer, cuando el animal, que al parecer se encontraba herido por un disparo, arremetió contra cuatro personas que recogían setas en el monte de El Ollano. Finalmente, varios cazadores acudieron con sus perros y dieron presa al jabalí.

El suceso tuvo lugar cuando cuatro vecinos del pueblo riojano, dos hombres y sus respectivas mujeres, de mediana edad, se disponían a disfrutar de las vacaciones navideñas cogiendo setas en el monte más conocido de la aldea. Al parecer, todo estaba tranquilo hasta que una de las mujeres oyó un ruido y alertó a los que la acompañaban. Según cuentan “todo fue muy rápido”. El jabalí se lanzó sobre la pierna derecha de uno de los varones y posteriormente, atacó al otro cuando intentaba defenderlo. Ambos terminaron con las piernas ensangrentadas. Mientras que una de las esposas de éstos se escondía detrás de un matorral para pedir ayuda por el teléfono, la otra intentaba ahuyentar al jabalí.

Afortunadamente, el forcejeo duro poco tiempo, gracias a unos cazadores y a sus perros, que se encontraban cerca y no dudaron en rodear al animal y pegarle dos tiros. Pocos minutos después, llegaban los servicios de la Cruz Roja del pueblo para asistir a los heridos y a una de las esposas que presentaba un cuadro de ansiedad.”Pasé tanto miedo que no acertaba a pulsar las teclas del móvil”, asegura la mujer que resultó ilesa. Por su parte, una de las enfermeras que asistió a los heridos añadió que “las heridas en sí eran limpias, aunque uno de ellos ha necesitado 7 puntos en la rodilla derecha”.

Un hecho aislado
Los cazadores que asistieron al hecho aseguraron que el jabalí estaba herido por un disparo en una pata y que era uno de los más grandes que habían visto, por lo que “es una suerte que el incidente no fuera más grave”. Horas más tarde, mientras los vecinos que habían acudido a presenciar el hecho iban despejando el lugar, el guarda forestal de la zona explicaba que “se trata de un hecho aislado; los jabalís no suelen atacar a las personas, tienden a huir de ellas, pero cuando están heridos o al cuidado de sus crías pueden resultar muy peligrosos”.

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martes, 27 de mayo de 2008

Plomo en la comida

Esta semana hemos conocimos que una investigación científica ha descubierto elevados índices de plomo en carne procedente de piezas de caza menor, un problema que nos hace replantearnos las supuestas ventajas de consumir preferentemente animales abatidos durante la práctica cinegética en vez de aquellos criados en granjas, donde desde su nacimiento se les prepara para el día de su sacrificio.

Como bien indica el artículo antes reseñado, el estudio habla fundamentalmente de aves, lo cual reafirma la abrumadora necesidad de encontrar la fórmula de un cartucho biodegradable, como bien les hemos ido informando semanas atrás. El plomo residente en el cuerpo de estas especies no llega a ellas exclusivamente a través de un balazo directo, más bien la mayoría de las veces acaban contaminándose tras la ingesta de perdigones que quedan sueltos por el campo tras una jornada de caza.

Independientemente de la salud del ecosistema, la reivindicación de este nuevo cartucho también se lleva a cabo desde la perspectiva del bienestar humano, pues el consumo de plomo puede acarrear graves consecuencias. Según la Organización Mundial de la Salud, los niños son los más vulnerables a este tipo de veneno, que provoca desde disfunciones en el cociente intelectual hasta mortales encefalitis.

Obviamente estos supuestos son causa de una ingestión masiva, que habitualmente sólo se da en lugares donde el tratamiento de la carne es deficiente y en hogares donde la práctica cinegética es habitual, pues lo normal es que sea el propio cazador y sus allegados quienes se alimenten de las piezas abatidas.

En el caso de la caza mayor, el proceso de limpieza de la carne resulta más sencillo por el notorio hecho de que existe una mayor superficie de la misma. Una vez muerto el animal, debemos tirar a la basura toda la parte que rodea al orificio de entrada producido por la bala, que distinguiremos por su ennegrecido tono. Además, recordamos que de haber utilizado escopeta, la munición no ha traspasado la pieza y también hay que extraerla, cosa que no suele pasar de emplear rifle.

Si hablamos de caza menor la cuestión se complica, pues limpiar convenientemente una pieza puede significar el despilfarro de más de la mitad de su cuerpo, con los que nos quedaríamos con poca cantidad que llevarnos a la boca. Asimismo, el riesgo de encontrar plomo ingerido por el animal se multiplica, por lo que debemos estar muy seguros de su estado antes de consumirlo.

Como norma general pues es más recomendable alimentarse de aves de corral que de aquellas capturadas por uno mismo. Con ello perderemos el romanticismo de culminar una buena jornada de caza alimentándonos de nuestras presas pero ganaremos en salud.

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De la escopeta de un solo caño al rifle express

A Gregorio, José Ignacio y Sergio no sólo les une el apellido Tobías. Abuelo, padre e hijo comparten también la pasión por la caza. Con ellos, recorremos la historia cinegética de los últimos 75 años, analizando cómo han evolucionado las armas y las municiones. Disfruten de la caza vista y contada desde tres generaciones.

Gregorio Tobías: El abuelo
Villoslada de Cameros es un pequeño pueblo riojano situado en el corazón de la Sierra Cebollera. Con el río Iregua a sus pies y rodeado de naturaleza, ofrece un paisaje maravilloso. Allí, sentado frente al portal de su casa, nos recibe Gregorio Tobías, el primer protagonista de nuestro artículo. La blancura del pelo y las arrugas de la cara dan cuenta de sus 83 años, mientras la callosidad de sus manos demuestra la dureza del trabajo en el campo. Comentamos el silencio y la tranquilidad que reinan en el pueblo, pero enseguida nos metemos de lleno en la historia:


La historia de Gregorio comienza en Torrecilla en Cameros en 1925: “Yo nací y me críe en Torrecilla, pero cuando tenía ocho años murió mi padre. Para mi madre era imposible criar a tantos hijos (eran 5 hermanos) y decidió que me fuese a vivir con un tío soltero a Villoslada”. Este tío del que nos habla fue la persona que impulsó su afición por la caza: “Siempre me llevaba con él al monte y enseguida empezó a gustarme. Al principio no me dejaba disparar porque era muy pequeño pero yo me las ingeniaba para cazar. Ponía lazos en las sendas y había días que cogía 3 o 4 piezas entre conejos y liebres”.

Pero todavía tendrían que pasar tres años hasta que Gregorio recibiese su primera arma de fuego: “Con 11 años mi tío decidió que ya podía darme una escopeta. Era de un caño y se cargaba manualmente con pólvora y perdigones por la boca”. Ante nuestro asombro, reconoce que “ha cambiado mucho todo; ahora la mayoría de escopetas son repetidoras”.

A pesar de ser consciente de los avances tecnológicos en armas y municiones, Gregorio nos confiesa que es “poco amigo” de los cambios: “Una vez que me acostumbro a algo no ve gusta cambiar”. Por eso, sólo ha tenido dos escopetas en su larga experiencia cinegética: “Con la escopeta de un caño pase toda mi juventud. Después, ya casado, me compré la paralela”. Se refiere a la Sarrasqueta modelo “00” que nos acompaña, recostada contra la pared de piedra.
Para Gregorio resulta imposible calcular la cantidad de piezas que ha cobrado con esa escopeta: jabalís, ciervos, corzos, zorros, conejos, liebres, etc. Sin embargo, está seguro de cuál ha sido siempre su modalidad de caza preferida: “el paso de la paloma”.

Antes de despedirnos, nos cuenta que se mantuvo en activo hasta los 78 años: “Después se me ha estropeado mucho la vista y no quiero ir”. Pero su pasión por la caza sigue intacta; a pesar de vivir en Vitoria, su hijo José Ignacio lo visita con frecuencia: “Siempre trae historias de caza para contarme”, concluye.

José Ignacio Tobías: El padre
Vía telefónica, José Ignacio se declara “un perdicero empedernido” y se muestra orgulloso por ser el eslabón cinegético entre su padre, Gregorio, y su hijo, Sergio.

José Ignacio ha conocido lo viejo y lo nuevo; ha vivido en persona la evolución tecnológica de armas y municiones: “Cuando comencé a cazar con mi padre, todos los cartuchos eran de cartón. Recuerdo especialmente su olor”, dice. Nos cuenta, también, que el uso de este material suponía a veces un grave problema: “Cuando llovía, se hinchaban los cartuchos y no se podían meter en la escopeta. Si lograbas introducirlos a la fuerza, después tardabas mucho tiempo para sacarlos”.

Por ello, valora los avances que se han producido, pero se muestra cauteloso: “Hoy en día no todo es bueno; hay cartuchos buenos, malos y regulares. Además, mucha gente no sabe elegir la munición en función de la pieza”.

Incluso, con respecto a las armas, considera que las escopetas de antes eran “más fuertes y estaban hechas de mejores materiales”. Pese a ello, él si que ha renovado más veces su armero: “He tenido 5 paralelas diferentes y ahora que también le doy a la caza mayor tengo una repetidora y un rifle”.

Sergio Tobías: El nieto
Hablamos con Sergio en la Universidad Autónoma de Madrid, donde estudia. Pese a su juventud, parece todo un experto del mundo cinegético. Para él, hablar de caza implica recordar a su padre y a su abuelo: “Durante la temporada de caza, iba todos los domingos a las perdices con mi padre. Cuando se cerraba la veda, contaba los días que faltaban para que llegase el verano, porque lo pasaba entero en Villoslada en casa de mis abuelos”.

Mientras que su padre lo inició en la caza menor, fue su abuelo quién le enseñó las claves de la caza mayor: “En verano salía con mi abuelo a cazar jabalís o ciervos. Era mucho más emocionante porque íbamos de furtivos”. Según Sergio, su abuelo estaba acostumbrado a cazar sin ninguna ley o reglamentación.

Esa emoción ante la posibilidad de ser descubiertos por el guarda o por la Guardia Civil, junto con la espectacularidad de los lances de jabalí, fueron, para Sergio, las causas que hicieron que se decantase por la caza mayor.

Ahora, apenas sale al conejo y la perdiz; cuando tiene tiempo libre, prefiere ir de batida: “Esta temporada ha sido floja; sólo he matado un jabalí en los cinco fines de semana que he podido ir”. En uno de ellos, estrenó su nuevo rifle, un regalo de su padre por las buenas notas: “Es un rifle express Browning; una pasada”.

Ante su padre y su abuelo, se siente “un afortunado por pertenecer a la época de la alta tecnología”. Pero al mismo tiempo, sabe que sobre él recae una gran responsabilidad: como último eslabón de la saga, la continuidad de esta afición familiar está en sus manos.

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